martes, 18 de noviembre de 2014

¡Cuidado con la nena! Se armó la gorda...




 
Justo a tiempo, ni un minuto antes ni uno después. Llegué soltando arena por todos los rincones y al abrir la puerta me encontré que se había armado la gorda ¿Vieron cuando en las películas detienen una imagen, así como congelada? Bueno, yo como si fuera una directora de cine detuve en mi retina la siguiente escena: Abuelito estaba abrazando a Paula y con la mano derecha le estaba tocando el culo; la mano izquierda se desplazaba en dirección opuesta, como frenando algo que ineludiblemente viene a colisionar. En el extremo opuesto a la mano, quien colisionaba era Tino, que exhibía todos los dientes abiertos y amenazaba con cerrar la boca dejando en su interior varios, o todos,  los dedos de mi italiano antecesor. Las caras eran un conjunto de ojos desmesuradamente abiertos por la sorpresa o por la rabia, dependiendo del abuelo en cuestión. En la radio sonaba una canción melosa latina que repetía “Ohhh, no es amor, lo que tu sientes se llama obsesión”, que como música de fondo no estaba mal aunque la encontré un tanto pegajosa y sensual, quizás más adecuada para el día que Abuelito se iba a casar con Carla, por ejemplo, antes de que le informaran de la existencia del pene en su amada carioca. No sé qué había en la olla a presión en la que habían empezado a cocinar, pero la válvula giraba como loca y la cocina se cubrió de un aroma estupendo, tanto que a algún observador casual le hubiera parecido que Tino intentaba morder preso de un apetito descomunal generado por tan exquisito olor a comida. Al parpadear, la escena se descongeló, la válvula largó un chorro de vapor estridente, el latino seguía moviendo las caderas de la obsesión musical repetida y Tino lograba meterle un mordisco salvaje a Abuelito, el cual gritó más fuerte que la válvula, soltó el culo de mi abuela, que cayó, a su vez, sentada del susto. Las cosas no pasaron a mayores porque la dentadura de Tino se desprendió y fue a parar a una fuente de fideos con tuco. A esta altura se mezclaban insultos en italiano, en español y en argentino. Y al final pararon la hecatombe cuando se dieron cuenta de que yo había entrado y que entre mi pelo flotaban y resbalaban unos cuantos fideos que habían sido expandidos de la fuente por la colisión con los postizos de Tino. El silencio relativo se rompió con la risa de mi hermanito, que aplaudía entusiasmado como si estuviera viendo una obra de teatro o una escena de sus dibus preferidos. Pero yo sabía que era una crisis familiar y  reaccioné rápidamente, me limpié los fideos de la cabeza, agarré a Tino de la mano y me lo llevé de paseo. Me iba a tener que explicar muchas cosas que desconocía pero que me podía imaginar, Paula estaba franealeando con Abuelito y eso era intolerable.
Nos fuimos caminando y él rompió el silencio enseguida:
 
—¿Vos viste que le estaba tocando el culo a la abuela ese italiano de mierda?
 
—Yo lo que vi es que se lo estaba tocando y ella se lo dejaba tocar, pero no te preocupes, lo primero que vamos a hacer es ir a una playa especial para que te tranquilices y para que luego podamos contar lo que hicimos, ¿viste?, vos seguime que yo sé cómo proceder en estos casos —le dije toda agrandada, repitiendo frases que había oído en la novela de las tres—. En estos casos lo mejor es poner distancia para tomar la decisión adecuada
 
No dimos ni diez pasos que lo encontramos a “Él”. A lo mejor estaba presentando una obra de teatro, a lo mejor estaba descansando de la filmación de su última peli. No lo sé. Solamente sé que perdí la noción del tiempo del espacio y del decoro. La voz de Tino se perdió a lo lejos, diciendo no sé qué de abuelito y Paula, pero yo solo tenía ojos para enfocar esos ojos verdes increíbles y esa sonrisa inolvidable. ¿Nunca les conté que me lo encontré por la calle?



jueves, 30 de octubre de 2014

¡Cuidado con la nena! Patas chuecas y otros mordiscos.


Con los regueros de helado cayendo entre mis dedos y transformando mis manos en una especie de superficie viscosa como la que usaba el Hombre Araña para subir por las paredes, me fui a casa a toda velocidad, por si se había armado la gorda y yo me lo estaba perdiendo. Porque la cara de Tino me había dado la pista al reconocer mi gesto en el suyo: Tino estaba celoso. Corrí por la arena suave y caliente que se hundía generosamente en cada zancada que daba y me inundaba las zapatillas, porque la arena se transforma en un superhéroe que puede irrumpir en cualquier espacio por chiquito que sea y luego, al quitarte la ropa o al vaciar la mochila, cae en una catarata homogénea que podría formar un médano en una esquina del dormitorio, o al Hombre Montaña, que se forma cuando todos los granos se depositan en el suelo, como todo el mundo sabe.

Digamos que la arena se me estaba metiendo hasta en el orto por querer ir más rápido de lo que me daban mis piernas chuecas. ¿Les hablé alguna vez de mis piernas chuecas? ¿No? ¡Uy! Es muy importante porque es un símbolo familiar. Papá tiene las piernas chuecas. Abuelito tiene las piernas chuecas. El papá de Abuelito... y así para atrás sin parar, parece ser que todos tenían las piernas chuecas. A mí me rompieron mucho las bolas con los de mis piernas: que si parezco un tero, que si monté fresca a caballo, que si pueden pasar dos perros juntos por el medio. Pero a mí me da igual. Soy inmune a las injustas críticas que han hecho de mis piernas, porque sé que son un símbolo, y porque a la hora de correr soy una de las más veloces de toda la escuela. ¿No les conté que siempre gano en todas las competiciones olímpicas que armamos? Ah sí... todas las medallas son para mí, y eso que participan varias escuelas, pero yo siempre les doy una paliza bárbara, por eso ahora me respetan más. Bueno, por eso y porque al último pelotudo que me cargó, le arranqué el lóbulo de la oreja de un mordisco. Fue una mañana de mayo, la del 25 exactamente, que es el día patrio. Hacía un frío bárbaro, de esos que largás el aliento y forma humito como cuando soplás por la punta de una empanadita caliente que querés enfriar enseguida, o como cuando respirás con la boca abierta arriba de la sopa. La carrera era de relevo, o sea, cuatro grupos, cuatro esquinas y varios equipos compitiendo. El pelotudo era de una escuela de Ramos Mejía, eran todos reconchetos porque era una privada, no sé que María de los Milagros, o los Milagros de María, no me acuerdo. El milagro ocurrió, porque el forro me dijo todo gracioso con sus aparatos para enderezar los dientes, casi tan torcidos como su cerebro esponjoso y poco equipado:

—¿Tu mamá tuvo problemas en el parto? —dijo exhibiendo los alambres retorcidos en una sonrisa burlona, y frotándose las manos.
—¿Qué decís, boludo? —le contesté, midiendo la distancia que nos separaba, que era escasa, mínima.
—¿Que si tu mamá tuvo problemas en el parto… ¡Alta cesárea para sacarte a vos con las patas torcidas que tenés!

El “tenés” lo pronunció en su sílaba final entremezclado con un grito. El humo que salió de su boca, ese vaho invernal, fue mucho más amplio que las pequeñas nubes que soltábamos los demás al respirar. El milagro de María fue que su seño, que se llamaba como la virgen, lo pudo arrancar de mis fauces, quedándome entre los dientes y la puntita de mi lengua con esa parte tierna y redonda que usamos nosotras para ponernos los aritos ¿vie,ron?. Por “Milagro” no me quedé con su oreja. Con el batifondo que se armó no sé si llegó a escuchar que nací en parto natural, y seguramente habría menos sangre que la que salpicó su oreja por la vereda.

Alta operación de oreja te espera, pelotudo, decíles que te la cosan con los alambres de tus dientes —le grité mientras me arrastraban ante la mirada atónita de todos los colegios que participaban.

La carrera se suspendió, y a mí me reunieron con la directora y con el psicólogo. Ya se imaginan el final.

Nunca más se volvieron a meter con mis piernas chuecas, que a mí me encantan, me parece genial tener un detalle generacional que trasciende los tiempos de los tiempos. Eso en la rama genealógica de papá. De la de mamá tengo por herencia, entre otras cosas, una capacidad enorme para poder contar historias, hacer desvíos interminables y volver a engancharme al principio, como si fuera el Hombre Araña trepando por las paredes.

Así que con mis patas chuecas y veloces, y mis manos pegajosas de helado de dulce de leche, llegué a nuestra morada veraniega para ver qué pasaba entre Tino, Paula y Abuelito.

Y llegué justo a tiempo.
 

 

viernes, 17 de octubre de 2014

¡Cuidado con la nena! La guerra entre cacerolas.

La guerra estalló al día siguiente y fue por la comida. Abuelito italiano quería hacer pasta fresca al estilo de la nonna y Paula quería preparar unas migas. No sé en qué pensaban, porque durante el día el sol calentaba  y nos colocaba a unos 38 grados, y tanto las migas como la pasta estaban muy ricas, pero en invierno, no en pleno verano austral. Parecía que la estación del año la tenían configurada allá, en Europa, y de ninguna manera el calor y la humedad nuestros conjugaban con los platos hipercalóricos que se empeñaban en preparar. La discusión fue elevándose lenta pero segura, y lo que al principio parecía un lucha de poderes entre cacerolas, fue revelando un atrincheramiento personal de lo más intenso. Por supuesto que, aún pudiendo ir a la playa o a jugar al patio, preferí quedarme a ver la guerra civil que se había declarado en la cocina:
—Ma, usted signora no sabe niente de cocina, si me permite, io cucino la pasta al dente y con amore le dico, que suo plato quedará a la altura de le caviglie ¿Cómo se dice? Eh, má, sí: tobillos —dijo Abuelito sacando unos tomates perita de la heladera y poniendo la olla a hervir.
—¿Me está diciendo que usted cocina mejor que yo? Veo que está entrando en la demencia senil, ya no solamente se cree un chef sino que anda con jovencitas, ¡qué digo jovencitas, pendones! ¡Apártese! —dijo mi abuela repila, mientras se arremangaba y empujaba con el culo toledano a Abuelito— Mejor que vaya a Río de Janeiro, que aquí en Mardel no va a encontrar joyas como Carla… triunfas que se aprovechan de abuelos verdes.
—¿Vecchio, io? ¿Demenza? A lo mejor es que usted se aburre y me envidia, Carla era una molto buona, una bella regazza, la nostra relacione se rompió porque tenía cazzo…eh, como se diche: pene!
—Qué vergüenza, mire que está la nena escuchando. Nena —me dijo mi abuela señalándome por la ventana la dirección de la playa—, bonita, por qué no te vas a dar un paseíto por la arena, con el día lindo que hace.
—Porque quiero escuchar lo que dicen, así aprendo —dije, dando vueltas por la cocina.
—Nena, andá, hacele caso a tu abuela y salí a dar un paseíto —dijo Abuelito dándome un billete de veinte pesos.
—No seas agarrado, con veinte pesos no hago nada, dame cien y te prometo que me voy.
—Ay, stronzetta, me has salido de la mafia, do venti piu y no voglio vedere tutti nel pomeriggio —dijo Abuelito sacando otro billete del bolsillo.

Al salir con mis cuarenta pesos me encontré con Tino y le conté que Paula y Abuelito se estaban peleando. En su cara apareció un gesto que al principio no reconocí, pero luego, caminando por la orilla del mar y comiendo un helado de dulce de leche lo identifiqué. Tino me había mirado entre bizco y enojado, con los ojos entornados y un rictus en la boca que se le torcía dirección Chile; las cejas se le habían casi encimado formando como un cepillo frontal y me habló poco, cosa rara en él. Era el mismo gesto, la misma cara que había visto más de una vez reflejada en un espejo o en un cristal de una puerta al pasar. Pero no cualquier día o en cualquier momento; no. Era la misma cara que se me ponía a mí cuando veía a Dami con la pelotuda dientes de coneja. ¿Por qué Tino se había ofuscado? Iba a tener que empezar a averiguar qué se cocinaba en mi familia, aparte de la pasta al dente y las migas.



martes, 30 de septiembre de 2014

¡Cuidado con la nena! España versus Italia


La verdad es que llegamos a Mardel con pocas cosas. Al viajar en el micro no podíamos llevar todo lo que quisiéramos, así que tuvimos que conformarnos con la pelota de la playa, la lancha inflable con sus remos, dos sombrillas, dos gameboys, dos sillas reposeras y toallas de mil colores, una mesa plegable de color rojo, la pelota de fútbol de Tito, la colección de Mafalda de mi propiedad, el equipo de mate, la heladerita de picnic, el oso sin nariz con el que duerme mi hermano, la mini computadora para conectarnos con wifi, las paletas, dos libros que están leyendo mis viejos, y al final de todo: Abuelito.

Desde que se enteró de que su novia tenía pene ya no era el mismo. Andaba desganado y un poco triste. Teníamos que revertir esa situación y lo invitamos a que viniera con nosotros a pasar unos días relajado y entretenido. Lo que no sabíamos es que también vendrían los abuelos gallegos. De esos abuelos no teníamos constancia de la asistencia en formato sorpresa. Cuando digo “gallegos” es porque le decimos así a todos los que vienen de la Península Ibérica, pero mis abuelos gallegos venían de Toledo, un lugar precioso en el que alguna vez hubo muchos judíos, como los de aquí pero más antiguos. El tema es que mi abuela Paula y mi abuelo Tino se presentaron sin más como un tornado, ella con una energía explosiva, incansable, y él, con una pachorra bárbara. Paula vive sacando balance de las cosas que Tino no quiere hacer: que si no sale a bailar ni jamás lo hizo, que si es un cómodo que lo quiere todo hecho y resuelto, que si no le gusta viajar y si lo hace es presuntamente obligado por ella, como era el presente caso. Realmente, Tino se comporta casi, casi, como Tito, mi hermanito: pide que le traigan todo, exige la fruta pelada y siempre se encapricha con la comida: si hay fideos quiere arroz, y viceversa; o sea, Tino rompe las bolas a cuatro manos. Es verdad que tuvo algunos achaques y que tiene menos energía que mi súper abuela, pero ahora todos sabemos que vive del cuento. El asunto es que, aprovechando nuestro viaje en sociedad con Abuelito de la Bota, los gallegos se unieron con el fin secreto de Paula de divertirse un poco y pasar unas vacaciones en familia, cosa que no a todo el mundo le sentó bien. Es bien sabido que en Argentina, tanos y gallegos son enemigos porque sí. Un poco como River- Boca, Tango-Folklore, Peronistas-Radicales, o sea, esas boludeces eternas que nadie se ha parado a analizar, pero ahí están, dividiendo al pedo. A mí me pareció una suerte que vinieran los de la Península Ibérica y el de la Bota, y debo señalar que el único inconveniente era el momento de dormir, no por falta de espacio, porque el departamento que alquilamos era amplio y teníamos habitaciones de sobra; más bien era un problema acústico: en mi familia todo el mundo ronca, incluyendo a mi hermanito. Me esperaban noches de conciertos, lo sabía; pero salvando este detalle todo eran alegrías para mí, y de momento, desconocía lo que depararían esas vacaciones familiares tan pobladas de diferentes acentos.

Como era de esperarse, lo primero que hice fue incursionar en las diferentes opiniones de los visitantes, acá les dejo algunas frases que me anoté en mi libreta de las sesiones con mi pelado psicólogo, porque yo nunca descanso a la hora de aprender:

 

“¡Ay, nena, qué esquifoso tutto, mi Carla con poronga, io solo e triste y alora arriva la tua nonna que me pone scardinato y el tuo nonno que ronca!”

 

“Nena, ¿me estás diciendo que tu abuelo tenía una novia travesti? Tengo que hablar con tus padres, hija mía, que estas cosas no son para nenas de tu edad, querida, ¿adónde vamos a llegar?, siempre supe que tu nonno era un poco rarito...”

 

“¿Qué hay de cenar? ¿Sopa? Yo quiero gazpacho... y unas anchoas, del Cantábrico, a poder ser”

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Tito en Mar del Plata

Esta mañana decidimos que nos vamos a Mar del Plata de vacaciones. A mi me encanta Mar del Plata; cuando me bajo del micro puedo oler la sal en el aire y escuchar las olas rompiendo en la orilla. Me gustan sus médanos, su rambla y sobre todo me gustan los lobos marinos, gordos y felices al sol, esperando que los pescadores les tiren algún pez y así permanecer relajados sin necesidad de buscar su comida. Y las olas, altísimas y prepotentes que siempre acaban enroscándote y haciéndote perder el norte y el sur, el cielo y el suelo, dejándote tirada con arena en el pelo y escupiendo agua media hora seguida. La última vez que fuimos a Mardel fue hace dos años, cuando yo era chica y Tito transcurría en su fase de gusano al que le comenzaban a salir los dientes. Coincidió con su aprendizaje a dar pasos. Andaba todo el día desnudo dando tumbos errantes, perdiendo y recuperando el equilibrio, degustando granos de arena que agarraba a puñados y pillándose donde le daba la gana. Por esa época demostró también la estupenda habilidad social para seducir con su sonrisa llena de ternura —y de chocolate, babas, helado, galletas—; y luego daba la sorpresa inesperada, proyectaba sus paletitas incipientes cual vampiro y se echaba de golpe sobre la víctima, o parte de ella. Me explico: a lo mejor teníamos una secuencia tipo “señora, nivel abuela, tomando el sol que cae en las redes de un bebé encantador” y pasaba algo así:
  —¡Ay, qué lindo nene! Vení cosita, dame un besito —a lo que “Cosita” respondía abriendo sus ojos verdes, esbozando esa sonrisa increíble y dirigiendo sus  pasitos borrachos hacia la abuela—, dale bebé, vení con la abuela.
Acto seguido, sin dar previo aviso, Tito le metía un mordisco a la cariñosa señora, y mamá tenía que ir al trote hasta la toalla a rayas de colores, en la que  la señora tenía a Tito encima como si fuese un animal rabioso.
La misma escena se repitió con diferentes casos: “Chica joven, relinda, con bikini minúsculo que cae en las redes de un bebé irresistible”; el caso acabó con papá haciendo un sprint hacia la chica que intentaba separar a Tito de una de sus tetas turgentes. “Nene que quiere hacer amigos nuevos y se acerca con su baldecito y su palita a jugar con el bebé inofensivo y tierno”, el cual fue salvado de las garras del rabioso bebé por el salvavidas, musculoso y bronceado… y así sucesivamente. A los dos días tuvimos un área vacía a nuestro alrededor, y es que la gente dejaba cierto espacio vital entre la familia del bebé peligroso y sus pertenencias playeras. Debo reconocer que fue una ventaja inesperada porque Mardel es el mismísimo infierno en la Tierra en pleno verano. Toda la población se dispone a escasos milímetros de distancia, por lo que podés estar leyendo tu Mafalda y usar de señalador el dedo gordo del señor que está estirado inmediatamente al lado, o si no te trajiste pan para el sangüichito, podés estirar tu manito y alcanzar el pebete de la señora que está distraída cuidando que Tito no muerda a su caniche. Así que de modo imprevisto quedamos un tanto aislados y disfrutamos de una intimidad casi imposible.
Claro que a pesar de su pasión por morder, Tito era un amor. Y a veces, pobrecito, vivió momentos terroríficos relacionados con su corta edad. Un día lo dejamos un poco solito en un mini lago que dejaba olvidado la marea; una pequeña pileta de agua salada que, al tener poco contenido, se calentaba suavemente bajo el sol radiante de esas latitudes. El caso es que Tito, con su cabeza relativamente inmensa comparada con su cuerpito de gusano en fase dientes, se desequilibró y casi se ahoga. Fui yo la que corrí con agilidad hacia el mini lago y lo saqué a tiempo. Eso sí, aproveché el momento para dejarle claro que a mí no me podría morder nunca, porque la próxima vez que lo viera ahogarse iba a tener que llamar a los bomberos, al salvavidas, a mamá o a papá, pero yo no lo ayudaría si no guardaba sus lindos colmillos cuando estuviera mi carne a su alcance. Lo entendió a la perfección y sellamos un pacto. Si hacía falta, morderíamos al mismísimo Drácula pero entre nosotros, ninguna dentellada.
Tengo muchas ganas de volver a Mardel y constatar si los vecinos playeros se acuerdan aún de nosotros. Y más que nada, tengo ganas de volver a Mardel, ahora que Tito tiene todos sus dientes desarrollados.

jueves, 21 de agosto de 2014

¡Cuidado con la nena! El cuento y los deberes de las palabras prohibidas

Soy una super heroína. Tengo capa roja que vuela al viento, un body ajustado con lentejuelas de colores y un par de lolas que apuntan hacia los enemigos como si fueran armas de diseño a punto de disparar. Abstenerse de confiar en mi cara de buena; soy temible y justiciera y transito por las calles con mi mascota Ofuscado.
Mi querido Ofuscado en un felino de alto nivel, con los dientes más afilados del mundo y un pelo bárbaro, color fuego. Somos socios en la lucha contra la injusticia. Claro, he de aclarar que en algunas oportunidades actuamos por celos, rencor, amor-odio o simplemente mal humor.
Sin ir más lejos, el jueves por la tarde tuve que limpiarle los restos de saliva leonina a mi psicólogo de su sien izquierda y su ojo derecho (con referencia al izquierdo sólo puedo decir que le faltaba, y tengo mis dudas de que haya podido formar parte de la merienda de Ofuscado), y fue simplemente porque habíamos tenido un día complicado.
Para ir a terapia tuvimos que caminar por calles que parecían tomadas por gente en cámara lenta en algunos casos, y en otros por peatones que habían perdido la coordinación de los movimientos, ya que de golpe paraban, o giraban mirando el infinito, o peor aún, arrancaban en una marcha interrumpida como si tuvieran el mal de San Vito. A Ofuscado esto le pone de muy mala baba, y a mi me desespera. Luego subimos a un colectivo lleno de pasajeros gritones e irrespetuosos. Un señor amargado le pisó la cola a mi amigo y yo tuve que contener el despliegue de mi actitud justiciera porque llegábamos tarde. Eso sí, Ofuscado se tiró un pedo en medio del colectivo y nos sentimos mucho mejor. La gente opinó diferente, por sus rostros color mostaza descubrimos que un buen pedo a veces es la solución óptima.
Al doblar la esquina y llegar al parque que cruzamos para llegar a terapia encontramos a Damián, que se quedó boquiabierto al vernos tan poderosos y atractivos. Y al segundo, apareció la coneja pelotuda con dos helados de dulce de leche y chocolate. ¿Que cómo sé qué sabores de los helados traía? Porque dimos un salto hacia ellos y los dejaron caer al suelo, huyendo despavoridos y cobardes, y entonces pudimos rescatar los heladitos sacándoles algunas hormigas y hojas secas que se les habían pegado en la parte superior del cucurucho. Pero mi ánimo distaba de mejorar por el robohelado; casi hubiera preferido que Ofuscado se comiera a la divina y me dejara un ratito a solas con Dami.
Mientras barruntaba estas ideas y nos acercábamos a nuestro destino, vimos a tres adolescentes que le pegaban a un perro peludo precioso. En dos zancadas los rodeamos, y con un rugido ensordecedor de Ofuscado dejaron al peludo, se quedaron con los pantalones caídos, se mearon encima y entre llantos y mocos que se entremezclaban con sus granos purulentos de adolescentes imberbes con cerebro inútil y almas emponzoñadas, pidieron por favor que los dejáramos marchar. He de confesar que fue inevitable darles varias trompadas con la intención de acomodarles la neurona y para descargar la rabia. Ofuscado me miraba con atención, asintiendo con su regia melena rojiza y mostrando sus colmillos afilados al sol, como avisando  al mundo de nuestro poderío infinito.
Finalmente, al entrar a terapia, el pelado me dijo aquello de “palabras prohibidas” como parte de mi trabajo. Así que cuando Ofuscado se le tiró arriba con las fauces abiertas  de par en par, rugiendo leonino perdido, me fue imposible decirle: “¡No!” ...ni siquiera un tímido “Pero qué estás haciendo, pará”, porque yo, que soy muy obediente, me tomé al pie de la letra mis deberes.
Así que, el jueves, después de una tarde difícil, le tuve que limpiar las babas de Ofuscado a mi psicólogo tuerto, mientras mi mascota ronroneante digería su merienda . Y todo por ser una nena aplicada.

miércoles, 23 de julio de 2014

¡Cuidado con la nena! Los deberes.

Al pelado le dije que no lo había podido evitar. Y era la verdad; cuando me sube la rabia por el cuello no puedo parar. Y aquel día me hicieron fluir la rabia como nunca. Resulta que llego a la escuela, y la forra de la cara de coneja me pregunta por el casamiento de abuelito. Yo le dije que a ella qué le importaba, y ella riéndose con esa cara de pelotuda única por partida doble; única porque es la más pelotuda y única porque nadie la puede superar. Me soltó que le contara eso de que mi abuelito es trolo. La primera trompada se la solté en la jeta, así, sin más preámbulo. Cuando ya comenzaba a gritarme insultos muy alejados de su papel de princesa, le clavé los dientes en el antebrazo y con los puños le fui dando en la barriga.
—¿Y por qué hacés eso? Tenés que aprender a controlar la rabia —me dijo el pelado en la sesión urgente que convocó mi familia luego de hablar con la maestra.
—¿Y por qué tengo que controlarme yo? —Le pregunté ofuscada— ¿Por qué no se controlan los demás? Al final tengo que darle un beso a la estúpida que dice que mi abuelito es trolo... no es que me importe que sea trolo —dije mientras daba vueltas en la silla con ruedas—; me importa que digan mentiras, ¿viste?
—Si cada vez que alguien mienta, vos te vas a pelear, digamos que el resultado no será el mejor, no arreglarás nada —me dijo con su voz monocorde mirándome fijamente.
—¿Cómo que no? Estoy segura de que la forra ya no se me va a acercar a preguntarme nada más en la vida. Eso es un triunfo. Aparte, es justicia.
—¿Qué vas a ser cuando seas mayor? ¿Jueza, abogada?
—Voy a ser justiciera, voy a ser como una súper heroína de las pelis.
—¿Y a quién ajusticiarías? —Me dijo el pelado dispuesto a tomar nota en la libretita esa, en la que a veces hace garabatos y a veces escribe palabras clave.
—Buff, a los que dejan abandonados a los animales, a los que le tratan mal a los chicos, al jefe de mi papá que es un forro y le grita —y mientras iba contando con los dedos de la mano, me paré y le dije—: Mirá, es una lista muy larga, sin trabajo no me voy a quedar cuando sea una súper heroína.

La verdad es que yo tengo un sueño repetido. En mi sueño tengo como mascota a un león, enorme y con una melena roja que ondea al viento. Siempre camina elegantemente a mi lado y me ayuda a impartir justicia donde no la hay. Mordemos los dos, yo con mis discretas paletas blancas muy afiladas y él con una poderosa dentadura de marfil lustroso que provoca destellos a la luz del sol de la tarde.


—¿Me estás escuchando?
—Ay, perdoname —le dije sonriendo a mi terapeuta—, se me volaron las chapas, ¿viste?
—Bueno, andá agarrando las chapas y atalas, que te doy tarea para hacer esta semana
—Ufa, ¿más tarea? —Le dije recostándome sobre la mesa que nos separaba.
—Sí, mirá, tendrás dos palabras prohibidas y un cuento para hacer.
—¿Palabras prohibidas?
—Sí, tus palabras prohibidas son: No y Pero, y tu cuento tiene que ser de vos misma, un cuento en el que vos seas protagonista. Tenés una semana para hacer todo esto.
—¿Se acabó por hoy la sesión?
—Sí, por hoy terminamos, te veo en una semana.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Sí, claro —y me miró con la expectación de quien ve un tsunami.
—¿Vos pensás que abuelito es trolo?