martes, 13 de agosto de 2013

Orbiculares (Capítulo 6º y fin)

Hércules subió suavemente por la escalinata improvisada. Su cuerpo iba anticipando y disfrutando de antemano el espectáculo que iba a presenciar. Manu le encantaba. Fomentaba, encendía las fantasías que se generaban en su cabeza. A veces le daba un poco de miedo por la mirada un tanto perversa que parecía tomar el mando de sus ojos, pero era una sensación, luego volvía a ser el de siempre. Un tanto tímido pero a la vez, marchoso, erótico. Le encantaba sentirse dominado, comandado, dirigido. Era evidente que era más inteligente y más ingenioso que él. Le estaba abriendo a un mundo nuevo, y además, le estaba diseñando el cuerpo. Nunca se había sentido más atractivo, los resultados eran obvios ante el espejo y ante los ojos de los demás. Tenía un éxito total, ligaba como nunca y a su amigo y entrenador no parecía molestarle, sino que aceptaba los  juegos de dos y de tres.
A su amigo Rafa, no le había gustado Manu. Había venido al gimnasio para conocerlo y enseguida le había dicho que le recordaba a alguien pero no le dio más explicaciones, solamente le aconsejó que le dejara. Claro que podría ser por los celos, porque Rafa suspiraba hacía tiempo por su cuerpo, aunque a Hércules no le atraía y solo lo quería como un amigo. También es cierto que a Rafa, como poli que era, le parecía todo el mundo un tanto sospechoso. Sonrió al recordar que cuando lo conoció también le había parecido peligroso, aunque lo había dicho con una sonrisa que sugería peligro sexual.
Ya estaba en su punto esperando movimiento en las duchas. En los vestuarios femeninos había el revuelo típico que habían podido observar esos días, grupos de chicas estupendas hablando y arreglándose. Su relación con las mujeres era muy buena, se sentía a gusto con sus amigas, lo comprendían perfectamente.
Giró la cabeza para observar cuatro chicos que se desnudaban para cambiarse y entrar en clase de body pump. No se cansaba de ver los cuerpos desnudos, y mucho menos de presenciar los rituales sexuales en las duchas a última hora. Mirar sin ser visto, daba sensación de poder.
Comenzó a sentirse agotado, podía ser que las últimas noches no descansara bien y ahora su cuerpo le pasara factura. Era extraño, porque tenía una gran resistencia, y sin embargo los párpados le pesaban. Intentaba  mantenerse erguido pero su cuerpo se derrumbaba como un edificio viejo, y las imágenes de los vestuarios eran cada vez más borrosas. Tenía sueño. Un sueño inmenso. No podía aguantar más, deseaba estirarse y descansar. Y así lo hizo. Se desplomó como un árbol gigante y durmió profundamente.
Se despertó después de muchas horas, o al menos eso le pareció, confuso y agotado, sintiendo como una sustancia gris, húmeda y viscosa caía sobre sus  piernas , sobre su cabeza, sobre su espalda. Cuando quiso levantarse su cuerpo no respondió, quiso gritar y sus labios no formaban palabras.
En la nebulosa de su mente, recordó haber tomado una clara con Manu, antes de subir al punto G. Una clara no lo podía haber emborrachado. A lo mejor , pensó, estaba enfermo.
Si no salía de ahí quedaría tapado por el cemento que seguía cayendo sin piedad y sin descanso. Se arrastró apoyándose en la pared y miró hacia abajo intentando gritar. Se sentía débil a pesar de su físico entrenado, y le costaba pensar con claridad. Pudo presenciar una escena en el vestuario que le transmitió la imagen de la realidad, la visión del desenlace. Manu estaba gritando, lo aferraban dos policías que llegó a reconocer , Rafa su amigo y el cachas de Cornellà, el paleta que casi no hablaba. Alrededor, cuerpos de diseño, con sus toallas blancas en la cintura o en la mano. En un costado, parados y asombrados testigos del momento, Miguel y Paco, que lentamente levantaron los ojos hacia el punto G, aterrorizados. En ese mismo momento que los paletas desaparecían del enfoque desde su punto de mira, el cemento aferraba sus gemelos, sus cuádriceps, sus glúteos y ascendía hacia el cuello. Miró por última vez el vestuario y se encontró con los ojos feroces de Manu, que lo miraba sonriente mientras caían lágrimas por su cara,  y entonces pudo gritar fuerte, tan fuerte que todos los ojos giraron hacia él, que ya no podía respirar y veía desfilar ángeles con bíceps, tríceps, isquios y glúteos musculados,  con toallas blancas entrelazadas por sus cuerpos, que lo miraban riendo y llorando a la vez.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Glúteos (Capítulo 5º)

El punto de observación era estupendo. Miguel y Paco habían dado rienda suelta a su erotismo espiando a tantas mujeres sin ropa, desfilando por el vestuario, mirándose en los espejos, untándose crema hidratante y demás potingues. También dieron un repaso al masculino. Descubrieron que en los lavabos, a última hora de la noche, y antes de que el centro cerrara, pasaban cosas extrañas. Esa noche el movimiento inesperado de dos personas en la misma ducha, les dejó claro que no eran los únicos con actividad sexual a escondidas. Se miraron, sorprendidos, porque uno de los protagonistas era un tío muy cachas que habían visto con Manu. Estaba claro que ese chico era una caja de sorpresas, ¡con qué gente frecuentaba!. No en vano, el punto G lo había usado el mismo entrenador hacía un momento. Se preguntaron quién sería el otro, porque el ángulo de visión no les permitía distinguir su cara. Curiosamente, y a pesar de que les gustaban las mujeres, ver a dos tíos en acción les daba morbo, aunque no lo dirían nunca. La puerta de la ducha se abría y cerraba con cierta cadencia repetida, y entre la música rítmica, la misma que sonaba en las salas de clases dirigidas de spinnig o de aerobics, se podían adivinar ciertos sonidos impropios de una zona de higiene. Ahora se veían un par de manos aferrándose a la parte superior de la pared, ahora dos pies o cuatro, alguien en cuclillas, ¿eran dos o más?. Pero no siguieron pensando más en ello, porque una rubia, despampanante se quitaba la ropa sudada en la taquilla de abajo, dejando a la vista un cuerpo que automáticamente los dejó sin aire. Era como si cambiaran de canal y pudieran elegir a la carta. La rubia ya volvía de la ducha y se secaba lentamente, se peinaba sus largos cabellos, sin sospechar que sus movimientos eran milímetro a milímetro, admirados. Ellos suspiraban, sudaban, respiraban más agitados por cada trocito de cuerpo desnudo. ¡Si pudieran desfogarse en vivo y directo como el cachas! Pero de momento, ellos, se tenían que limitar a mirar y soñar despiertos. Como un alud entraron varias mujeres más y se comenzaron a desnudar. Se estaban poniendo enfermos, los pantalones a punto de explotar, pero no se arrepentían de la aventura, la habían disfrutado al máximo. Lástima que era la última noche, porque al día siguiente ya no podrían volver. Sus días en el centro deportivo se habían acabado. Una cuadrilla de paletas taparía los recodos huecos con cemento, dejando así el punto G homogéneo y transformado en pared, y a ellos sin todas esos alicientes a sus hormonas exaltadas.




Esta noche he convencido a Hércules de que se quede en el punto G. Le pone la idea de verme tener sexo con otra persona, con la condición de que primero estuviera con él en las duchas. No tiene límite. Lo he visto sin que lo sepa, con otros hombres. Con más de uno. Con más de dos. Me excita sin límite verlo pero luego me asalta esa sensación amarga, ese odio corrosivo. Ya no lo puedo soportar más. Me comparo. No puedo aguantar la idea de que me deje. Me invaden los celos, me carcomen, no me dejan pensar, no puedo dormir. Hércules es mi obra, yo lo diseñé y me pertenece. Y el creador de una obra puede destruirla.
El plan ya está en marcha, como mañana vendrán a tapar todos los huecos con cemento, lo dormiré. Lo invitaré a tomar algo antes de que suba, será una muerte dulce, no sufrirá. Porque ante todo no permitiría que mi obra sufra. Pero primero soy yo, así que vuelvo a tener el mando de mi vida, vuelvo a ser el amo de mi tiempo, de mis pensamientos, de mis sentimientos. Nadie puede perturbar mi existencia. Soy el único, soy poderoso, soy el dios de mi mundo.