domingo, 16 de junio de 2013

La prueba

  —Doctor, pero que sorpresa, un gustazo verlo.
  —¿Qué tal Roberto? Qué casualidad encontrarnos entre tanta gente.
  —La verdad es un milagro, a veces me tengo que agarrar de la mano de mi mujer, no sé si para no perderme o para no escaparme, yo odio la playa, y más ésta, Mardel es insoportable.
  —¿Vió?, hay que sacar turno para bañarse en el mar, y no le digo nada para poner la sombrilla; ¿vino con la familia al completo?
  —Sí, con mi mujer y con los tres nenes, que se quedaron en el parque infantil que hay acá atrás, porque tienen un pelotero y varios juegos que les encantan, y bueno, ya sabe que yo por ellos hago lo que sea.
   —Sí, lo sé, como yo por los míos, me volvieron loco para venir a pasar unos días a la costa.
  —Usted, doctor, tiene cinco, ¿verdad?
  —Cinco.  Ahí andan también, en el parque de juegos, por suerte los mayores cuidan a los chicos y me dan un respiro.
  —Qué bárbaro, cinco son muchos. Usted es una máquina, yo con tres ya estoy más que cansado. ¿Le cebo un mate?
  —Bueno, y veo que es con limón, como a mí me gusta.Y claro, los chicos cansan, pero son la alegría de la casa, ¿verdad? ¿Cómo va Martincito? Ahora hace días que no lo veo.
  —Está mucho mejor, menos mal que lo encontramos a usted, si no, no sé qué hubiera pasado. Esta enfermedad de mierda... pero yo creo en los milagros, y en dios, ¿sabe?, y sé que se curará del todo.
  — Yo también creo en el de arriba  —miró hacia el cielo al decir esto, como siempre que aludía a la divinidad; lo que vio fueron las nubes, y entre ellas el helicóptero del guardacostas completando su enésimo y rutinario recorrido—.  Hay que rezar y confiar que nos deparará lo mejor.
  —Aunque a veces, doctor, le voy a confesar que he dudado, —dijo casi susurrando—  porque hay tanto hijo de puta suelto, usted perdone, pero es que es verdad, ¿cómo puede enfermar un niño de seis años?, ¿qué clase de dios hace eso y deja vivir a tanta gente mala?.
  —Tenemos que confiar, Roberto, por algo será, tendremos que aprender y nos pone a prueba, aunque no nos parezca justo  —le contestó el doctor devolviéndole el mate.
  —A veces creo que no hay nada, pero otras necesito creer y rezar, no me queda otra.
 — Seguro que todo irá bien —le dijo apretándole con afecto el brazo.
Se quedaron en silencio, como perdidos, mirando el escenario veraniego. Tantas veces había pensado lo mismo que Roberto. Pero al final su fe permanecía intacta. Se había criado en una familia religiosa y a pesar de ser un hombre de ciencias, a pesar de haber dudado, seguía creyendo en un dios justo.
Sonaban las olas en la orilla. Alrededor, todo era colorido, vida, alegría, arena, risas, juegos.
Y entonces, el helicóptero se agitó en el cielo estival de Mar del Plata, se ahogó en un mar de humo negro y explotó en diversos trozos y piezas.
La multitud que, hasta un momento atrás, había representado una escena azul y feliz, se transformó en un tumulto desordenado y confuso.
En un segundo, la vida, puede cambiar completamente.
Se escucharon gritos y una petición clara y desgarrada: "Un médico, un médico por favor"
Corrió con el alma encogida y con la premura del salvador que llevaba en su interior, aquél que, aún creyendo en un dios todopoderoso, hacía milagros intentando contrarrestar lo que el destino le marcaba a los niños.
  — ¡Soy médico, soy médico !—Gritó— soy médico pediatra.
  —Sígame, doctor, la hélice ha caído en el parque de los chicos, es una desgracia, es terrible.
Cuando llegaron, había un corrillo de gente casi silenciosa y un  reguero de sangre.
Se apartaron y lo dejaron pasar.
Había un niño decapitado. Cayó de rodillas, con un grito ahogado, con un grito de no poder aguantar ni un segundo más su vida. Y dios desapareció.
Era su hijo pequeño.

viernes, 7 de junio de 2013

Requiescat in pace

Sé que no esperas ésta carta. Es lógico.
Pero necesitaba explicarte un par de cosas. Porque ésta carta, querido, es el comienzo de tu final.
He estado recordando y repasando mis últimos tiempos y no puedo entender como fui tan necia.
Estaba en lo cierto la gente que me quería, las pocas veces que me pudieron ver, ellos me avisaron que no eras normal, pero yo estaba enamorada, ciega. Ahora he oído que me han definido como dependiente emocional. Dependiente. Y emocional. Casi me da risa repetirlo, pero no puedo reír.
A ellas tampoco las perdonaste, tus chicas, como les decías. Tus prostitutas. Las que disfrutaban de tus juegos diabólicos entre las sábanas, los juegos que me obligabas a ver, a presenciar, atada.
Cada dolor que he sentido, en el cuerpo o en el alma, te lo haré pagar. Te esperaré, seré paciente. A ellas ya las has castigado tú, pobrecillas, ya sabía que les duraría poco el circo romano como espectáculo. Aún recuerdo la cara de la Rubia en el coche, viendo lo que me hacías. Ya era tarde. Lo supo en aquel momento, ni antes ni después. A saber de dónde vendrían, a que otros tarados habrían conocido. Te encontraron tan encantador al principio, casi tanto como yo.
Pero yo, en algún momento te quise, renuncié a todo lo que me pediste que renunciara, dejé mi trabajo, probé la coca para estar en el mismo viaje, renuncié a los míos. Renuncié a mi dignidad poco a poco. Renuncié incluso a ser salvada. Porque cada paliza que me diste, era un preludio.
Ahora recuerdo una tarde de invierno, una tarde que estabas sereno, que las drogas y el alcohol no te habían cegado todavía, recuerdo que le dijiste a Manuel, tu cuñado, que te daba miedo morir e ir al infierno. Te daba miedo el infierno, pero lo escenificabas cada día con nosotras, conmigo.
Por eso, querido, ahora te juro que te voy a esperar. Porque ahora sé, que no todo acaba cuando todo acaba. Ahora he descubierto que hay un poco más. Y me han dado carta blanca. Así que antes de morir, yo estaré a tu lado, te soplaré tu sombra para que el sol te calcine en su reflejo, te cargaré de peso las piernas para que tu espalda se doblegue, te cegaré los ojos y te haré escuchar los gritos de tu sufrimiento futuro. Eres nada. Pero aún así sentirás lo que yo sentí.
Te lo prometo. Te prometo que esperaré. Aunque no me puedas ver, sabrás que estoy al lado. Porque lo que respires será el olor de la muerte. Disfrutaré expandiendo la ponzoña que sembraste en mi alma, te la serviré cada noche y cada mañana, como alimento. Descubrirás, como yo lo hice, que la muerte no es lo peor del camino. Pero algún día morirás. Y yo estaré ahí esperando.
Y cuando te vea llegar, te acompañaré a las puertas de tu lugar preferido, como tantas y tantas veces hicimos. Solamente que ésta vez, será eterno para tí. El lugar al que pertences.
El infierno.