martes, 27 de mayo de 2014

¡Cuidado con la nena! Sangre italiana.

Después de subirme a todas las atracciones y comerme todos las porquerías dulces que quise, volvimos los tres un tanto perjudicados. Yo, del cansancio monumental, y abuelito y Estelita, de la mala onda que se les había instalado luego del encuentro con las locas.
La vuelta a casa era complicada, teníamos que tomar un tren, luego un colectivo, después un subte y al final teníamos la opción de caminar un rato. En la estación del tren de Tigre nos encontramos que no había nadie en la boletería y las máquinas expendedoras de pasajes estaban fuera de servicio. En cinco minutos salía un tren y no había otro hasta casi una hora después, así que nos subimos igualmente. Al rato apareció el chancho a pedir boletos. Un tipo desagradable que quedaba embutido entre las dos hileras de asientos, con cara de amargado, como si en los mates de toda su vida no hubiera incluido ni un gramo de azúcar. Al llegar a nuestro sitio nos dijo exigente:
  —Boletos.
  —La bigliettería estaba cerrada e la macchinari in disusso —le explicó abuelito.
  —¿Qué dice, abuelo?, si no tienen boleto los tendré que multar —dijo el amargado con cierto tono de superioridad.
  —Mirá, nene —dijo abuelito levantándose y articulando las palabras como si las estuviera masticando—, io non sono tu nonno y la boletería estaba cerrada, ¿capito?
  —No se puede viajar sin boleto y no se ponga así que los hago bajar en medio del campo.
  —Dejame a mí Tano, que a vos no te entiende —dijo Estelita intentando poner un poco de paz y concordia y evitar el descenso de un tren que nos resultaba acogedor, cómodo y necesario para llegar a destino—. Señor, a lo mejor no comprendió porque como habla medio italiano medio argentino es un lío —por detrás se escuchaba el resoplido reprobatorio del italiano en cuestión—; cuando subimos no había nadie en la boletería, pero si le parece bien, cuando lleguemos a destino nos acompaña usted y comprueba cómo sacamos los boletos —y le sonrió amablemente mientras empujaba con suavidad a abuelito obligándolo a sentarse.
  —No se puede viajar sin boleto, señora, es la reglamentación —dijo el chancho con un tono prepotente y despectivo—, o me pagan la multa o se bajan en la próxima parada.
  —Sei un estúpido, un cazzone —ya casi gritaba abuelito
  —A mi no me insultás viejo de mierda —le contestó el chancho.
  —Vecchio di merda será tu padre —chillaba el abuelito todo rojo como una llama encendida.
Lo que vino después fue apoteósico. El chancho empujó a abuelito, que ya se le tiraba encima; Estelita le gritó varios insultos que sonaban extraños en su boca, ya que era una señora muy correcta; abuelito arremetió contra el chancho en posición boxeador y le metió un cabezazo, y a la vez recibió un mamporro que lo sentó de culo medio mareado. Cuando vi que de la frente de mi abuelito chorreaba un hilito de sangre, salté endemoniada y le clavé los dientes en lo primero que pude enganchar del chancho, que resultó ser el antebrazo. De fondo se escuchaba el rosario de malas palabras italianas y argentina del tipo “figlio de puta, groncho bailantero, te voy reventar la testa” y cosas así, según fuera Estelita o mi abuelito los que tenían la palabra. Yo no podía ni gritar ni insultar, pero morder les aseguró que mordí hasta que crujió la carne y sentí aquel gusto metálico asqueroso que recordaba de ataques pasados. Entre los tres le metimos una paliza bárbara. Si el chancho se pensó que se había cruzado con unos abuelitos y una nena indefensos se equivocó de punta a punta, el boludo. No en vano nos corría sangre siciliana por las venas, tenemos algo de camorreros, algo de héroes, algo de intrépidos. Tener lo que se dice tener, teníamos un problema, porque alguien llamó a la policía y nos detuvieron y papá nos tenía que venir a sacar de la comisaría, pagando, eso sí, la multa del tren más la multa que nos metieron por fajar al forro del chancho. Pero la sangre es la sangre, o como diría abuelito: “Non hay nada più bello que la famiglia unita”.

jueves, 15 de mayo de 2014

¡Cuidado con la nena! Abuelito

Supongo que conocen Tigre, pero por si alguno todavía no lo visitó, yo les cuento. Es la ciudad que  flota sobre  la muerte del río Paraná en brazos del río de la Plata, los cuales  forman infinidad de islas con sus puertos para que las lanchas puedan atracar. Entre el verde explosivo hay mosquitos que tienen los dientes tan grandes como las fauces del felino que le da nombre al sitio. En Tigre la gente se mueve por el agua, como en Venecia, dice abuelito. Él no es de Venecia, pero viajó mucho y sabe de lo que habla. Fue marino mercante, en mi familia dicen que en cada puerto tenía una novia o amante, incluso escuché susurros de posibles hijos, o sea que puede que haya tíos míos en África, en América y hasta en Asia. Yo me estiro los ojos paralelamente al suelo ante el espejo, y podría pasar por china. Pero es posible que en un lugar recóndito ya haya una chinita parecida a mí con la sangre italiana de abuelito, la misma sangre que chupan los mosquitos del sitio que les estoy contando.
El asunto es que un sábado, la novia repila de mi abuelo sugirió que podíamos ir los tres a pasear juntos en algún catamarán de esos que te llevan a dar una vuelta por el Paraná, para que veas el skyline de la ciudad y sientas el oleaje y el reverberar de las aguas plateadas a la  luz del sol. A ver, plateadas es un decir, porque el agua es más bien marrón caca y está contaminada, ya que hay carteles de “mejor no se bañen”, será para parecernos más a Venecia, dice abuelito. Aunque el agua no sea cristalina, siempre tengo un momento romántico cuando voy a Tigre, y me imagino viajando en un barco incansable, visitando lugares inhóspitos y lejanos, y enamorando con mi acento argentino a chinos, negros y americanos por igual. Lo de los hijos no lo incluyo, porque navegar embarazada no debe ser cosa fácil, así que me lo ahorro. Entre aventura y aventura, entre sueño y sueño, tuve la genial idea de preguntarle a abuelito:
  —El otro día escuché hablar a los viejos de vos y decían que fuiste un mujeriego, ¿qué querían decir?
  —Nena, a vo te piache molto preguntare cosa de adultos, por qué no mirás el paisaje. —dijo abuelito mientras me empujaba hacia la proa del catamarán— Dejanos tranquilos un ratito.
  —No, contestale a la nena, no seas así, Tano —le dijo Estelita muy interesada—. ¿Qué escuchaste de tu abuelito, querida? —Dijo la novia pila haciendo un ademán de reclutarme como si fuera una espía judía en la Alemania nazi.
  —Bueno, dicen que le gustaban mucho las mujeres, que tenía hijos en todos los puertos. ¿Qué querrán decir con eso, abuelito, eh, eh?
  —Ay madonna santa, quel modo di parlare scioccamente, yo sono un santo, nena.
  —Un santo, un santo, Tano, tenés que reconocer que fuiste un poco cabeza loca —añadió la novia, como con ganas de constatar lo que había imaginado de su amado.
  —¿Questa prova, è un giudizi?
  —Mirá, te pusiste nervioso, porque fíjate, estás hablando en italiano; contestale a la nena, ¿tenés hijos por ahí?; hijos o mujeres, claro.
El tono se estaba poniendo un poquito subido, y el ambiente un tanto seco, aunque el agua nos rodeara y la humedad formara un vaho constante a nuestro alrededor.
  —¿Y qué más da lo que hiciera si è parte del passato, cuore mío? —dijo abuelito en su tono seductor, con el que demostraba volver a tener la pelota en su campo.
Pero entonces sucedió. Del fondo del catamarán surgió un grupo de “chicas” que, sin ningún tipo de filtro, se acercaron efusivamente preguntándole a abuelito cuándo repetirían la fiesta loca en la que lo habían pasado tan bien, y por supuesto se preocuparon por la recuperación del momento beodo que mi antecesor había sufrido. Obvio, abuelito comenzó a chapurrear más italiano que nunca y no tuvo manera de zafar del despelote que se le había formado. Estelita tenía una cara de culo que iba del verde oliva al azul cobalto y no era por el reflejo de las aguas cristalinas. Cuando las chicas lo dejaron tranquilo, porque se iban todas al Casino, pregunté inocentemente:

  —Che, abuelo, ¿son amigas tuyas estas locas? —A lo que me respondió sacando un billete del bolsillo.
  —Nena, sciocca, andá a comprarte un heladito y dejá de romper las bolas, querés.

En la isla en que habíamos desembarcado había una hamaca, y mientras saboreaba mi helado, veía los recursos de mi abuelito para convencer a Estelita de su inocencia, qué culpa tenía él de ser tan pero tan lindo e interesante. A lo lejos vi el parque de atracciones, con la vuelta al mundo recortándose en el horizonte, y pensé que me acercaría a la romántica pareja para hacer un par de preguntas más. Me encanta salir de excursión con abuelito, todo son ventajas para mí.





lunes, 5 de mayo de 2014

¡Cuidado con la nena! Las galletas.

A Karen le encantaron mis galletas de chocolate con trocitos. Fue un placer verla triturar hasta la última miga con sus paletas de Oryctolagus cuniculus (conejo wikipédico). Tan linda ella, tan ricas mis galletas. Al principio desconfió un poco, pero le insistí con mi sonrisa más dulce:
  —Dale, quiero ser tu amiga y perdoname si alguna vez te ofendí o te dije algo que no te gustó —por dentro era fuego lo que surgía mientras recitaba el mantra del perdón.
  —Bueno, te perdono, pero no vuelvas a decir mentiras o nadie te querrá, hay chicos que te tienen miedo. Dami, por ejemplo, me dijo el otro día que en su casa le explicaron que sos peligrosa y su mamá le pidió que no se te acerque.
  —¿Qué decís, boluda? —dije sintiendo cómo la sangre se me agolpaba en la cara, transformándome en una antorcha humana.
  —Sí, todo el mundo se enteró de lo que me hiciste.
  —¿Y cómo se enteraron? ¿No será que vos estás hablando de más por ahí? —A esa altura ya tenía la sangre agolpada en las puntas de los dedos y mi cabeza pedía cachetazo a su alteza real.
  —¿Yo? Ehh... no, no hace falta... se sabe y punto —dijo sacudiéndose la melenita de oro, la asquerosa.
Tenía que conservar la calma, al fin y al cabo la victoria secreta era que seguía masticando placenteramente mis galletas artesanales. Con un poco de suerte le saldrían bigotes y pelos, y con un poco de menos suerte, se cagaría durante días. ¿Qué mejor venganza que esa?: La de imaginarla perdiendo la compostura, sentada en el inodoro con la ropa interior hecha un harapo a la altura de los tobillos y envuelta en un halo, pero no el que la rodeaba ahora de adoración y admiración de todos los bobos de la clase, sino un halo de olor a caca.
Le sonreí y me alejé saltando la soga y cantando por el patio soleado. Todavía me quedaba una semana para ir a ver al pelado, tenía que intentar cambiar mi imagen para que me dejara marchar de su consulta para siempre y para que me levantaran el castigo de tres-sin (sintelesincallesincompu).
El fin de semana teníamos una gran fiesta y el castigo quedaría momentáneamente interrumpido. Mi abuelo se casaba o se juntaba por tercera vez. La última novia que tuvo no quería compartir casa, así que la mandó de paseo, parece ser que el problema que ella argumentaba era que ambos querían manejar el control remoto de la tele, el abuelo quería ver el fútbol y su novia cualquier novela o reality show en el que no hubiera pelotas, pero sí que se despelotaran. Resultó una novia demasiado ardiente y de carácter fuerte, cosa que abuelito, que es italiano de la parte de abajo, no pudo tolerar. Cuando digo de la parte de abajo me refiero al mapa de Italia y no, por supuesto, a que mi abuelo se divida en dos mitades o hemisferios procedentes de diferentes idems. El tema es que a mí me caía muy bien la novia que tenía  antes, porque era un cuaternario más joven que él y tenía la re pila, pero no pudo ser. Se fue y rápidamente abuelito conoció a otra mina, porque no vayan a pensar que se quedó mirando fútbol en casa. En el momento que volvió a su soltería, comenzó a rondar por todos los bailes, perfumado y seductor, hasta que pescó a esta abuela nueva; aunque lo de nueva es un decir porque Lolita tiene entre 27.375 y 29.000 días, digamos que es un estreno en mi vida pero no un estreno propiamente dicho. Mi familia está un poco cansada de las andanzas románticas de abuelito, en cambio a mí me encanta, porque cada nueva novia o pareja que él presenta en sociedad me quiere seducir y para ello me invitan a diversas excursiones. Un día fuimos al Tigre con la novia pila y lo pasamos súper bien hasta que se vino la hecatombe, si no tienen apuro les cuento; yo debería estudiar para la prueba de mañana, pero puedo tomarme un rato de descanso, así que les cebo unos mates y les explico.