miércoles, 23 de julio de 2014

¡Cuidado con la nena! Los deberes.

Al pelado le dije que no lo había podido evitar. Y era la verdad; cuando me sube la rabia por el cuello no puedo parar. Y aquel día me hicieron fluir la rabia como nunca. Resulta que llego a la escuela, y la forra de la cara de coneja me pregunta por el casamiento de abuelito. Yo le dije que a ella qué le importaba, y ella riéndose con esa cara de pelotuda única por partida doble; única porque es la más pelotuda y única porque nadie la puede superar. Me soltó que le contara eso de que mi abuelito es trolo. La primera trompada se la solté en la jeta, así, sin más preámbulo. Cuando ya comenzaba a gritarme insultos muy alejados de su papel de princesa, le clavé los dientes en el antebrazo y con los puños le fui dando en la barriga.
—¿Y por qué hacés eso? Tenés que aprender a controlar la rabia —me dijo el pelado en la sesión urgente que convocó mi familia luego de hablar con la maestra.
—¿Y por qué tengo que controlarme yo? —Le pregunté ofuscada— ¿Por qué no se controlan los demás? Al final tengo que darle un beso a la estúpida que dice que mi abuelito es trolo... no es que me importe que sea trolo —dije mientras daba vueltas en la silla con ruedas—; me importa que digan mentiras, ¿viste?
—Si cada vez que alguien mienta, vos te vas a pelear, digamos que el resultado no será el mejor, no arreglarás nada —me dijo con su voz monocorde mirándome fijamente.
—¿Cómo que no? Estoy segura de que la forra ya no se me va a acercar a preguntarme nada más en la vida. Eso es un triunfo. Aparte, es justicia.
—¿Qué vas a ser cuando seas mayor? ¿Jueza, abogada?
—Voy a ser justiciera, voy a ser como una súper heroína de las pelis.
—¿Y a quién ajusticiarías? —Me dijo el pelado dispuesto a tomar nota en la libretita esa, en la que a veces hace garabatos y a veces escribe palabras clave.
—Buff, a los que dejan abandonados a los animales, a los que le tratan mal a los chicos, al jefe de mi papá que es un forro y le grita —y mientras iba contando con los dedos de la mano, me paré y le dije—: Mirá, es una lista muy larga, sin trabajo no me voy a quedar cuando sea una súper heroína.

La verdad es que yo tengo un sueño repetido. En mi sueño tengo como mascota a un león, enorme y con una melena roja que ondea al viento. Siempre camina elegantemente a mi lado y me ayuda a impartir justicia donde no la hay. Mordemos los dos, yo con mis discretas paletas blancas muy afiladas y él con una poderosa dentadura de marfil lustroso que provoca destellos a la luz del sol de la tarde.


—¿Me estás escuchando?
—Ay, perdoname —le dije sonriendo a mi terapeuta—, se me volaron las chapas, ¿viste?
—Bueno, andá agarrando las chapas y atalas, que te doy tarea para hacer esta semana
—Ufa, ¿más tarea? —Le dije recostándome sobre la mesa que nos separaba.
—Sí, mirá, tendrás dos palabras prohibidas y un cuento para hacer.
—¿Palabras prohibidas?
—Sí, tus palabras prohibidas son: No y Pero, y tu cuento tiene que ser de vos misma, un cuento en el que vos seas protagonista. Tenés una semana para hacer todo esto.
—¿Se acabó por hoy la sesión?
—Sí, por hoy terminamos, te veo en una semana.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Sí, claro —y me miró con la expectación de quien ve un tsunami.
—¿Vos pensás que abuelito es trolo?

jueves, 3 de julio de 2014

¡Cuidado con la nena!. Carla Dos Santos: El travesti brasileño

La sirena de la ambulancia sonó por encima de Pavarotti, que seguía cantando impertérrito. A los médicos los llamamos porque teníamos varios barcos hundidos: M- 78 (María, 78 pirulos) tuvo un ataque de ansiedad que parecía un paro cardíaco, A-75 (Abuelito, 75 pirulos) fue afectado por un subidón de azúcar y no fue por la dulzura del amor, J-83 (Josepe, 83 pirulos) se cayó mientras intentaba seguir a la novia para corroborar si era macho o hembra; dos puntos de sutura y un brazo en esguince. Un caos.
La que estaba divina, pero divina, era la novia: Carla/Carlos se paseaba con su vestido corto, cortísimo y apretado, por toda la iglesia. Sus caderas se bamboleaban con un ritmo brasilero que dejaba a todo el personal bizco intentando conservar en la retina el glúteo derecho o el glúteo izquierdo, respectivamente. Por delante exhibía un par de lolas de campeonato que, comparando, las tetas de la coneja pelotuda parecían dos chichones por una caída frontal. El pelo negro le caía por la espalda y le tocaba la zona lumbar, que se hundía para dar lugar a las caderas monumentales, y con una sonrisa blanca en su piel tostada seducía a todos los invitados, menos a mi familia directa, que parecía que le había dado un soponcio. Tenía, eso sí, una nuez enorme, unas manos cuadradas y una voz de tenor que reducía al instante la pasión que pudiera generar su imagen femenina plena de atributos exuberantes. Pero a mí me encantaba. Que abuelito se hubiera conseguido esta novia tan diferente me parecía una fiesta. Además me iba a dar un protagonismo inesperado en la escuela. Todos mis compañeritos sabrían que mi abuelo se había casado con un travesti brasileño y eso me daba un poder de conocimiento sobre el sexo y sus múltiples versiones que ninguno poseía. Por supuesto el plan se me fue al garete cuando mis viejos se sentaron al fondo de la iglesia con abuelito para intentar aclarar las cosas. Yo, que estaba muy predispuesta a no quedarme al margen, me fui deslizando entre los santos para escuchar la charla:
—Pero papá, no se ofenda. ¿Usted vio con la novia que se quiere casar?
—Se, ¿questo è il problema, figlio?
—El problema es que Carla...es un hombre. Usted lo sabe, ¿verdad?
—¿Qué dire che? ¡Un uomo, no! ¡È una bella regazza!
—Papá, papá, a ver... tranquilicémonos, ¿dónde la conoció?
L'ho incontrata a una festa... quello che succede è che sei geloso, vos.
—¿Celoso yo? ¿Usted se fue a la cama con Carla? Y perdone la pregunta.
¿Oggi es sábado?... mmm la conocí giovedi y no consumamos nostro amore todavía.
—Carla es un travesti, papá... ¿Cómo le digo yo esto?... es muy probable que el minón brasilero que usted se levantó tenga una poronga más grande que el obelisco, ¿me comprende?
Y sí, abuelito lo entendió perfectamente. Se cayó de culo, pálido y sudoroso, gritando en italiano una retahíla de rezos y palabras que no entendíamos, como si estuviera poseído por un demonio italo-argentino y tuvimos que llamar a la ambulancia. Por suerte no fue nada y la fiesta la decidimos hacer igual, aunque ya no hubo casamiento con Carla, a la que no pareció importarle y disfrutó los bailes con abuelito, con la tanada al completo, con Rómulo y Remo, a los que parecía que les habían secado la única neurona funcional. Incluso movió las caderas con papá, que tuvo un momento genético festivo y se dejó llevar por el alcohol y la samba brasilera.
En un momento que vi a abuelito sentado, descansando entre bailongo y bailongo, me acerqué y le pregunté:
—¿Vos creés que Carla tiene pene, abuelito?
—Qué importa, figlia, mira qué spetacollo, è bella...
—Sí, pero si tiene pene, ¿cómo ibas a hacer, viste? Explicame.
—Nena —dijo abuelito sacando un billete del bolsillo—, ¿por qué no te vas a comprar un gelato?