miércoles, 17 de septiembre de 2014

Tito en Mar del Plata

Esta mañana decidimos que nos vamos a Mar del Plata de vacaciones. A mi me encanta Mar del Plata; cuando me bajo del micro puedo oler la sal en el aire y escuchar las olas rompiendo en la orilla. Me gustan sus médanos, su rambla y sobre todo me gustan los lobos marinos, gordos y felices al sol, esperando que los pescadores les tiren algún pez y así permanecer relajados sin necesidad de buscar su comida. Y las olas, altísimas y prepotentes que siempre acaban enroscándote y haciéndote perder el norte y el sur, el cielo y el suelo, dejándote tirada con arena en el pelo y escupiendo agua media hora seguida. La última vez que fuimos a Mardel fue hace dos años, cuando yo era chica y Tito transcurría en su fase de gusano al que le comenzaban a salir los dientes. Coincidió con su aprendizaje a dar pasos. Andaba todo el día desnudo dando tumbos errantes, perdiendo y recuperando el equilibrio, degustando granos de arena que agarraba a puñados y pillándose donde le daba la gana. Por esa época demostró también la estupenda habilidad social para seducir con su sonrisa llena de ternura —y de chocolate, babas, helado, galletas—; y luego daba la sorpresa inesperada, proyectaba sus paletitas incipientes cual vampiro y se echaba de golpe sobre la víctima, o parte de ella. Me explico: a lo mejor teníamos una secuencia tipo “señora, nivel abuela, tomando el sol que cae en las redes de un bebé encantador” y pasaba algo así:
  —¡Ay, qué lindo nene! Vení cosita, dame un besito —a lo que “Cosita” respondía abriendo sus ojos verdes, esbozando esa sonrisa increíble y dirigiendo sus  pasitos borrachos hacia la abuela—, dale bebé, vení con la abuela.
Acto seguido, sin dar previo aviso, Tito le metía un mordisco a la cariñosa señora, y mamá tenía que ir al trote hasta la toalla a rayas de colores, en la que  la señora tenía a Tito encima como si fuese un animal rabioso.
La misma escena se repitió con diferentes casos: “Chica joven, relinda, con bikini minúsculo que cae en las redes de un bebé irresistible”; el caso acabó con papá haciendo un sprint hacia la chica que intentaba separar a Tito de una de sus tetas turgentes. “Nene que quiere hacer amigos nuevos y se acerca con su baldecito y su palita a jugar con el bebé inofensivo y tierno”, el cual fue salvado de las garras del rabioso bebé por el salvavidas, musculoso y bronceado… y así sucesivamente. A los dos días tuvimos un área vacía a nuestro alrededor, y es que la gente dejaba cierto espacio vital entre la familia del bebé peligroso y sus pertenencias playeras. Debo reconocer que fue una ventaja inesperada porque Mardel es el mismísimo infierno en la Tierra en pleno verano. Toda la población se dispone a escasos milímetros de distancia, por lo que podés estar leyendo tu Mafalda y usar de señalador el dedo gordo del señor que está estirado inmediatamente al lado, o si no te trajiste pan para el sangüichito, podés estirar tu manito y alcanzar el pebete de la señora que está distraída cuidando que Tito no muerda a su caniche. Así que de modo imprevisto quedamos un tanto aislados y disfrutamos de una intimidad casi imposible.
Claro que a pesar de su pasión por morder, Tito era un amor. Y a veces, pobrecito, vivió momentos terroríficos relacionados con su corta edad. Un día lo dejamos un poco solito en un mini lago que dejaba olvidado la marea; una pequeña pileta de agua salada que, al tener poco contenido, se calentaba suavemente bajo el sol radiante de esas latitudes. El caso es que Tito, con su cabeza relativamente inmensa comparada con su cuerpito de gusano en fase dientes, se desequilibró y casi se ahoga. Fui yo la que corrí con agilidad hacia el mini lago y lo saqué a tiempo. Eso sí, aproveché el momento para dejarle claro que a mí no me podría morder nunca, porque la próxima vez que lo viera ahogarse iba a tener que llamar a los bomberos, al salvavidas, a mamá o a papá, pero yo no lo ayudaría si no guardaba sus lindos colmillos cuando estuviera mi carne a su alcance. Lo entendió a la perfección y sellamos un pacto. Si hacía falta, morderíamos al mismísimo Drácula pero entre nosotros, ninguna dentellada.
Tengo muchas ganas de volver a Mardel y constatar si los vecinos playeros se acuerdan aún de nosotros. Y más que nada, tengo ganas de volver a Mardel, ahora que Tito tiene todos sus dientes desarrollados.

2 comentarios:

  1. Mmmm, a Tito lo veo de mayor jugando al fútbol... ¡con Uruguay! ;)

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    1. Creo que será peor que el caso reciente del mundial, entre Tito y la Nena podrían acabar con los boludos sobre la faz de la tierra...;)

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