martes, 18 de noviembre de 2014

¡Cuidado con la nena! Se armó la gorda...




 
Justo a tiempo, ni un minuto antes ni uno después. Llegué soltando arena por todos los rincones y al abrir la puerta me encontré que se había armado la gorda ¿Vieron cuando en las películas detienen una imagen, así como congelada? Bueno, yo como si fuera una directora de cine detuve en mi retina la siguiente escena: Abuelito estaba abrazando a Paula y con la mano derecha le estaba tocando el culo; la mano izquierda se desplazaba en dirección opuesta, como frenando algo que ineludiblemente viene a colisionar. En el extremo opuesto a la mano, quien colisionaba era Tino, que exhibía todos los dientes abiertos y amenazaba con cerrar la boca dejando en su interior varios, o todos,  los dedos de mi italiano antecesor. Las caras eran un conjunto de ojos desmesuradamente abiertos por la sorpresa o por la rabia, dependiendo del abuelo en cuestión. En la radio sonaba una canción melosa latina que repetía “Ohhh, no es amor, lo que tu sientes se llama obsesión”, que como música de fondo no estaba mal aunque la encontré un tanto pegajosa y sensual, quizás más adecuada para el día que Abuelito se iba a casar con Carla, por ejemplo, antes de que le informaran de la existencia del pene en su amada carioca. No sé qué había en la olla a presión en la que habían empezado a cocinar, pero la válvula giraba como loca y la cocina se cubrió de un aroma estupendo, tanto que a algún observador casual le hubiera parecido que Tino intentaba morder preso de un apetito descomunal generado por tan exquisito olor a comida. Al parpadear, la escena se descongeló, la válvula largó un chorro de vapor estridente, el latino seguía moviendo las caderas de la obsesión musical repetida y Tino lograba meterle un mordisco salvaje a Abuelito, el cual gritó más fuerte que la válvula, soltó el culo de mi abuela, que cayó, a su vez, sentada del susto. Las cosas no pasaron a mayores porque la dentadura de Tino se desprendió y fue a parar a una fuente de fideos con tuco. A esta altura se mezclaban insultos en italiano, en español y en argentino. Y al final pararon la hecatombe cuando se dieron cuenta de que yo había entrado y que entre mi pelo flotaban y resbalaban unos cuantos fideos que habían sido expandidos de la fuente por la colisión con los postizos de Tino. El silencio relativo se rompió con la risa de mi hermanito, que aplaudía entusiasmado como si estuviera viendo una obra de teatro o una escena de sus dibus preferidos. Pero yo sabía que era una crisis familiar y  reaccioné rápidamente, me limpié los fideos de la cabeza, agarré a Tino de la mano y me lo llevé de paseo. Me iba a tener que explicar muchas cosas que desconocía pero que me podía imaginar, Paula estaba franealeando con Abuelito y eso era intolerable.
Nos fuimos caminando y él rompió el silencio enseguida:
 
—¿Vos viste que le estaba tocando el culo a la abuela ese italiano de mierda?
 
—Yo lo que vi es que se lo estaba tocando y ella se lo dejaba tocar, pero no te preocupes, lo primero que vamos a hacer es ir a una playa especial para que te tranquilices y para que luego podamos contar lo que hicimos, ¿viste?, vos seguime que yo sé cómo proceder en estos casos —le dije toda agrandada, repitiendo frases que había oído en la novela de las tres—. En estos casos lo mejor es poner distancia para tomar la decisión adecuada
 
No dimos ni diez pasos que lo encontramos a “Él”. A lo mejor estaba presentando una obra de teatro, a lo mejor estaba descansando de la filmación de su última peli. No lo sé. Solamente sé que perdí la noción del tiempo del espacio y del decoro. La voz de Tino se perdió a lo lejos, diciendo no sé qué de abuelito y Paula, pero yo solo tenía ojos para enfocar esos ojos verdes increíbles y esa sonrisa inolvidable. ¿Nunca les conté que me lo encontré por la calle?