No
sé por qué, pero si más de cinco creemos o decimos que algo es bueno o malo, se
genera una corriente, una especie de terremoto que amontona al resto del grupo
por inercia. Se preguntarán a qué viene esto: a que esa era mi arma de lucha
contra tanta adoración. Karen era linda, sí, era inteligente, también, pero si
los pies le hacían olor a queso el indicador de pleitesía descendería un poco,
¿vieron eso de todo cuerpo sumergido en un
fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido
desalojado?, ese principio tan bien aprendido en clase era el que yo aplicaba,
cuantas más historias inventaba y dejaba rodar, mi enemiga más se hundía y más
me motivaba a crear. Mis historias tenían el mismo peso del objeto sumergido.
Dije que era un poco ladrona, que se copiaba y por eso siempre le iba bien en
los exámenes, que las tetas eran mentira fruto de un sujetador con relleno que
publicitaban en la tele, que la habían echado del barrio del que venía por
intentar ahogar a un compañero que le había dicho que tenía los dientes grandes
como una coneja. Sí, lo sé, con lo último me había pasado de la raya. Se me fue
la mano y hubo consecuencias; hicieron una reunión y llegaron las quejas, esto
derivó en una sesión de búsqueda de los culpables de haber generado las
historias que a la rubia cara de coneja la habían desacreditado. Tampoco era
tan injusto, digo yo, nadie tenía en cuenta lo que ella nos había hecho con su
aparición, un daño incalculable en nuestro orgullo, una pincelada de
desaparición del planeta de nuestra existencia, un rediseño de la escala de
valores: la que hasta el momento había sido linda pasó a ser normal, la normal
pasó a la mediocridad y la que había sido fea ahora era la bruja malvada del
cuento. Esto tenía una responsable rubia con paletas dentales provocadoras y nadie lo había valorado. Pero
claro, la princesa del cuento soltaba tres lágrimas y se declaraba feriado
nacional y luto. Qué asco. Además, tampoco estaba tan alejado de la realidad lo
que yo había hecho rotar en el aire; todos nos tiramos pedos, vale que ella no
lo hacía en clase, ahí le cambié el contexto, pero al fin y al cabo lo que
estaba era nivelando el grado de expectación creado, no es bueno endiosar a la
gente. No lo vieron así en el cole. Mis compañeros al final cantaron y todos
los caminos llevaban hasta mí. Entonces citaron a mi mamá para darle las
quejas. No sé que le habrán dicho porque estoy castigada, no puedo ver tele, ni
usar la compu, ni salir a la calle. Esto
es el fin del mundo. Pero no es todo. Esta mañana en el desayuno mi mamá me
informó de lo siguiente:
—El jueves empezás terapia con un psicólogo, a
ver qué podemos arreglar en esa cabecita de chorlito —me dijo con un tono entre
irónico y enojado—, espero que las notas del año sean buenas porque después de
la vergüenza que pasé en la reunión con la señorita solo faltará que te queden
materias para recuperar en vacaciones.
—¿Un psicólogo? ¿Para qué, ma? es
una injusticia, yo no hice nada, es culpa de esa estúpida que no trae más que
problemas.
Mis palabras chocaron contra la
espalda de mi mamá que me dijo:
—Todo eso se lo contás al psicólogo el jueves.
Lo que les digo, el fin del mundo.