martes, 30 de septiembre de 2014

¡Cuidado con la nena! España versus Italia


La verdad es que llegamos a Mardel con pocas cosas. Al viajar en el micro no podíamos llevar todo lo que quisiéramos, así que tuvimos que conformarnos con la pelota de la playa, la lancha inflable con sus remos, dos sombrillas, dos gameboys, dos sillas reposeras y toallas de mil colores, una mesa plegable de color rojo, la pelota de fútbol de Tito, la colección de Mafalda de mi propiedad, el equipo de mate, la heladerita de picnic, el oso sin nariz con el que duerme mi hermano, la mini computadora para conectarnos con wifi, las paletas, dos libros que están leyendo mis viejos, y al final de todo: Abuelito.

Desde que se enteró de que su novia tenía pene ya no era el mismo. Andaba desganado y un poco triste. Teníamos que revertir esa situación y lo invitamos a que viniera con nosotros a pasar unos días relajado y entretenido. Lo que no sabíamos es que también vendrían los abuelos gallegos. De esos abuelos no teníamos constancia de la asistencia en formato sorpresa. Cuando digo “gallegos” es porque le decimos así a todos los que vienen de la Península Ibérica, pero mis abuelos gallegos venían de Toledo, un lugar precioso en el que alguna vez hubo muchos judíos, como los de aquí pero más antiguos. El tema es que mi abuela Paula y mi abuelo Tino se presentaron sin más como un tornado, ella con una energía explosiva, incansable, y él, con una pachorra bárbara. Paula vive sacando balance de las cosas que Tino no quiere hacer: que si no sale a bailar ni jamás lo hizo, que si es un cómodo que lo quiere todo hecho y resuelto, que si no le gusta viajar y si lo hace es presuntamente obligado por ella, como era el presente caso. Realmente, Tino se comporta casi, casi, como Tito, mi hermanito: pide que le traigan todo, exige la fruta pelada y siempre se encapricha con la comida: si hay fideos quiere arroz, y viceversa; o sea, Tino rompe las bolas a cuatro manos. Es verdad que tuvo algunos achaques y que tiene menos energía que mi súper abuela, pero ahora todos sabemos que vive del cuento. El asunto es que, aprovechando nuestro viaje en sociedad con Abuelito de la Bota, los gallegos se unieron con el fin secreto de Paula de divertirse un poco y pasar unas vacaciones en familia, cosa que no a todo el mundo le sentó bien. Es bien sabido que en Argentina, tanos y gallegos son enemigos porque sí. Un poco como River- Boca, Tango-Folklore, Peronistas-Radicales, o sea, esas boludeces eternas que nadie se ha parado a analizar, pero ahí están, dividiendo al pedo. A mí me pareció una suerte que vinieran los de la Península Ibérica y el de la Bota, y debo señalar que el único inconveniente era el momento de dormir, no por falta de espacio, porque el departamento que alquilamos era amplio y teníamos habitaciones de sobra; más bien era un problema acústico: en mi familia todo el mundo ronca, incluyendo a mi hermanito. Me esperaban noches de conciertos, lo sabía; pero salvando este detalle todo eran alegrías para mí, y de momento, desconocía lo que depararían esas vacaciones familiares tan pobladas de diferentes acentos.

Como era de esperarse, lo primero que hice fue incursionar en las diferentes opiniones de los visitantes, acá les dejo algunas frases que me anoté en mi libreta de las sesiones con mi pelado psicólogo, porque yo nunca descanso a la hora de aprender:

 

“¡Ay, nena, qué esquifoso tutto, mi Carla con poronga, io solo e triste y alora arriva la tua nonna que me pone scardinato y el tuo nonno que ronca!”

 

“Nena, ¿me estás diciendo que tu abuelo tenía una novia travesti? Tengo que hablar con tus padres, hija mía, que estas cosas no son para nenas de tu edad, querida, ¿adónde vamos a llegar?, siempre supe que tu nonno era un poco rarito...”

 

“¿Qué hay de cenar? ¿Sopa? Yo quiero gazpacho... y unas anchoas, del Cantábrico, a poder ser”

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Tito en Mar del Plata

Esta mañana decidimos que nos vamos a Mar del Plata de vacaciones. A mi me encanta Mar del Plata; cuando me bajo del micro puedo oler la sal en el aire y escuchar las olas rompiendo en la orilla. Me gustan sus médanos, su rambla y sobre todo me gustan los lobos marinos, gordos y felices al sol, esperando que los pescadores les tiren algún pez y así permanecer relajados sin necesidad de buscar su comida. Y las olas, altísimas y prepotentes que siempre acaban enroscándote y haciéndote perder el norte y el sur, el cielo y el suelo, dejándote tirada con arena en el pelo y escupiendo agua media hora seguida. La última vez que fuimos a Mardel fue hace dos años, cuando yo era chica y Tito transcurría en su fase de gusano al que le comenzaban a salir los dientes. Coincidió con su aprendizaje a dar pasos. Andaba todo el día desnudo dando tumbos errantes, perdiendo y recuperando el equilibrio, degustando granos de arena que agarraba a puñados y pillándose donde le daba la gana. Por esa época demostró también la estupenda habilidad social para seducir con su sonrisa llena de ternura —y de chocolate, babas, helado, galletas—; y luego daba la sorpresa inesperada, proyectaba sus paletitas incipientes cual vampiro y se echaba de golpe sobre la víctima, o parte de ella. Me explico: a lo mejor teníamos una secuencia tipo “señora, nivel abuela, tomando el sol que cae en las redes de un bebé encantador” y pasaba algo así:
  —¡Ay, qué lindo nene! Vení cosita, dame un besito —a lo que “Cosita” respondía abriendo sus ojos verdes, esbozando esa sonrisa increíble y dirigiendo sus  pasitos borrachos hacia la abuela—, dale bebé, vení con la abuela.
Acto seguido, sin dar previo aviso, Tito le metía un mordisco a la cariñosa señora, y mamá tenía que ir al trote hasta la toalla a rayas de colores, en la que  la señora tenía a Tito encima como si fuese un animal rabioso.
La misma escena se repitió con diferentes casos: “Chica joven, relinda, con bikini minúsculo que cae en las redes de un bebé irresistible”; el caso acabó con papá haciendo un sprint hacia la chica que intentaba separar a Tito de una de sus tetas turgentes. “Nene que quiere hacer amigos nuevos y se acerca con su baldecito y su palita a jugar con el bebé inofensivo y tierno”, el cual fue salvado de las garras del rabioso bebé por el salvavidas, musculoso y bronceado… y así sucesivamente. A los dos días tuvimos un área vacía a nuestro alrededor, y es que la gente dejaba cierto espacio vital entre la familia del bebé peligroso y sus pertenencias playeras. Debo reconocer que fue una ventaja inesperada porque Mardel es el mismísimo infierno en la Tierra en pleno verano. Toda la población se dispone a escasos milímetros de distancia, por lo que podés estar leyendo tu Mafalda y usar de señalador el dedo gordo del señor que está estirado inmediatamente al lado, o si no te trajiste pan para el sangüichito, podés estirar tu manito y alcanzar el pebete de la señora que está distraída cuidando que Tito no muerda a su caniche. Así que de modo imprevisto quedamos un tanto aislados y disfrutamos de una intimidad casi imposible.
Claro que a pesar de su pasión por morder, Tito era un amor. Y a veces, pobrecito, vivió momentos terroríficos relacionados con su corta edad. Un día lo dejamos un poco solito en un mini lago que dejaba olvidado la marea; una pequeña pileta de agua salada que, al tener poco contenido, se calentaba suavemente bajo el sol radiante de esas latitudes. El caso es que Tito, con su cabeza relativamente inmensa comparada con su cuerpito de gusano en fase dientes, se desequilibró y casi se ahoga. Fui yo la que corrí con agilidad hacia el mini lago y lo saqué a tiempo. Eso sí, aproveché el momento para dejarle claro que a mí no me podría morder nunca, porque la próxima vez que lo viera ahogarse iba a tener que llamar a los bomberos, al salvavidas, a mamá o a papá, pero yo no lo ayudaría si no guardaba sus lindos colmillos cuando estuviera mi carne a su alcance. Lo entendió a la perfección y sellamos un pacto. Si hacía falta, morderíamos al mismísimo Drácula pero entre nosotros, ninguna dentellada.
Tengo muchas ganas de volver a Mardel y constatar si los vecinos playeros se acuerdan aún de nosotros. Y más que nada, tengo ganas de volver a Mardel, ahora que Tito tiene todos sus dientes desarrollados.